martes, 13 de marzo de 2018

Caminos de ida y vuelta


Asier suele madrugar. Los peces, también.
En una pequeña estancia, enciende el fuego y pone la cafetera.
El olor a café recién hecho despierta a cualquiera.
No suele hablaar mucho. por lo menos, no más de lo estrictamente necesario.
Lleva demasiados años con la misma tarea y sabe que hay que reservar fuerzas para el cotidiano trabajo.
Una alacena con víveres alegra su desayuno.
¡Hoy parece que va a hacer un día espléndido aunque esta densa bruma apenas permite distinguir la proa!, piensa.

El olor a sal y el sol son habituales. Su rostro lleno de arrugas es testigo mudo de ello.
También, al izar las velas, la soga siente sus callosas y estriadas manos.

Un escueto "buenos días" son sus primeras palabras al cruzarse con Aitor camino de cubierta.
Es la segunda temporada que salen juntos a pescar y ya han aprendido a respetar mutuamente sus tiempos y silencios.

 Asier era un joven muy fiestero y parlanchín, pero su repentina y pronta viudedad y el mar le han ennegrecido.
En él ha encontrado el mejor aliado para su elegida soledad.
Viven en dos mundos contrapuestos: reducidos cubículos habitables de hogar flotando en la inmensidad del mar.
Compañía, la justa.
Esa dicotomía es la que da sentido a su vida.

A pesar de que ha sido una buena campaña, refunfuña en voz alta cuando ve acercarse el jdía de vuelta a tierra.
No le gusta el alboroto de la lonja de pescado, aún siendo un mal necesario.
Recogida de ganancias y espera hasta arrivar de nuevo a la mar.
Su caracter hosco no congenia bien con multitudes y algarabías.
¡Ya nos veremos!, espeta a modo de despedida a su cómplice compañero.