viernes, 15 de mayo de 2015

China, más o menos....

Madrid, Barajas. 24 de Agosto de 2007.
Moscú, Domodévodo. 25 de Agosto.

A la mañana, antes de llegar al hotel, tomamos un café o algo que se le parece en un puesto ambulante de la calle. Una señora arrastra un carrito donde lleva todo lo necesario: agua caliente en dos termos grandes, sobres de café, de azúcar, y algo en polvo que queremos creer que es leche.
Después, cogemos el metro. Los vagones se retuercen como si fueran muelles. Hombres fornidos, mujeres de piernas interminables. El metro, bastante viejo en si, pero muy funcional.
Después de un largo paseo en busca del hotel cargados como mulas, llegamos a nuestro destino.
Del hotel a la ruta turística.
Gozamos mucho al llegar a la Plaza Roja. Sus palacetes parecen sacados de algún cuento para niños, edificios que parecen helados de chocolate, de piña, de melocotón...., de frambuesa.
El grupo funciona. Piro nos saca de algún que otro aprieto gracias a su dominio del inglés. Jaume es la energía del grupo, incansable, inagotable. Clhoe pone el punto de romper distensiones. Su forma directa de atacar los problemas, esa naturalidad, hace más llevaderos muchos momentos. Adríán se me descubre como una persona con gran personalidad y una vasta cultura. Yo, Cano,  aporto mi granito de arena en lo que puedo.
Nos choca el contraste de ver una nueva burguesía dentro de lo que hasta no hace mucho era un régimen comunista. Los nuevos ricos se adueñan de Moscú.
Los puestos callejeros vendiendo perritos calientes, kebacks y refrigerios varios se multiplican por la ciudad.
Vimos máquinas de reciclaje de latas que devuelven dinero a cambio.¡Lástima que no sea extensible ese sistema a las botellas de cristal que hay tiradas por el suelo en las calles!.
Volamos dirección Beiying.

Beiying, Aeropuerto. 27 de Agosto.
El cambio con el euro viene a ser de unos diez yuanes por cada euro.
Sirva como ejemplo: una cerveza de 600 ml cuesta 3 yuanes.
Así las cosas, regamos siempre la comida con la cerveza local, Tsingtao. Nos resulta lo más cómodo, más aún que pedir agua. Será una parte esencial en nuestra alimentación. El calor y la humedad reinantes lo antojan propicio.
¡Dormir!. Una de las cosas que más echaremos de menos en este viaje será eso, dormir. Eso....., y el pan.
Intentar aprovechar al máximo los días es lo que tiene. Realmente, es que no apetece dormir. No queremos perdernos absolutamente nada.
Al día siguiente, alquilamos unas bicis y nos metemos de lleno en Beiying.
Todo fluye. Nadie se enfada. Ni un mal gesto siquiera. El tráfico se autoregula por un uso continuado del claxon. Al final, te haces a todo. No hay más remedio.
Próximo destino: Guilin.

Guilin, Aeropuerto de Liangjian. 29 de Agosto.
Llegamos al aeropuerto de Guilin a las dos de la mañana. El aeropuerto bastante decrépito, casi como abandonado y lleno de zonas en obras.
Salimos al exterior con una única nota con la dirección del hotel escrita en mandarín que, amablemente, nos anotó la chica de recepción del hotel de Beiying. Enseñamos la dirección del hotel al chofer del autobús y accede a llevarnos por el precio de 25 yuanes por persona. Nos parece justo.
Llegados a destino, aunque no muy convencidos, bajamos del autobús y nos encontramos en medio de la nada, bueno, en medio de una calle que estaba en medio de una ciudad, que está en medio de la nada, o sea, eso. Preguntamos a dos chicos que están en la puerta de un edificio y nos llevan a una callejuela estrecha cercana donde varios de nosotros empezamos a desconfiar. Finalmente, consiguen que nos abran la puerta y subimos a la cuarta planta con ellos. En el hotel, hostal, ? nos dan las llaves de nuestras habitaciones y, tras dejar los equipajes, acordamos invitar a los dos chicos chinos a tomar una cerveza. Tsingtao, claro.
Bajamos con Yao y Mong y, en una calle cercana, entramos a un bar de unos conocidos suyos a  beber cervezas con unas pocas raciones de caracoles, cangrejos y pinchos varios hasta bien entrada la noche, casi hasta que nos echan.
Al pie del cañón nos quedamos los tres mosqueteros: Jaume, Adrián y el que escribe. Contando claro, con la inestimable compañía de nuestros amigos Yao y Mong, además de una simpática camarera del bar que se unió a ese extraño grupo. Abandono de la última componente del grupo. Nuestros dos amigos chinos no hacen más que insistirnos en que nos vayamos al hotel. ¡Let´s go, let´s go!, repiten sin cesar cada vez que terminamos una cerveza.¡Pi jou, pi jou!, les replicamos. Nos vamos a dormir cerca de las seis de la mañana.
Desayunar a la mañana y empezar con picante golpea al estómago más rebelde.
Un paseo por aquí y por allá y nos adentramos por callejuelas imposibles que conviven a veinte metros escasos de modernas edificaciones con absoluta naturalidad.

Siguiente día. A las diez y media nos vienen a recoger al hotel, hostal, ?, para bajarnos el río Li en dirección a Yangshuo.
Resulta que hay precios oficiales para los habitantes de allí y precios diferentes para los turistas.
El viaje en barco del estado ( el único permitido a los turistas) costaba doscientos cuarenta yuanes por persona. En el embarcadero conseguimos que nos lo dejaran en ciento cincuenta yuanes pero ilegamente.
Bellísimos paisajes. Enormes montañas alrededor, cubiertas de vegetación hasta la misma cima, bosques de bambú, un tráfico intenso de embarcaciones río arriba y río abajo y pequeños pueblos de madera. Parecía como si las casas salieran de la tierra y crecieran cual vegetal que se riega y germina.
Comienzan los bailes de barcos. Al de poco tiempo, nos trasladan a dos pequeñas embarcaciones a motor construidas con cañas de bambú hasta que nos vuelven a trasladar a otra lancha. Tras todos estos cambios, apresuradamente, nos indican que nos bajemos y montemos en una moto con un remolque y varios asientos para llevarnos a los cinco. Las mochilas continúan río abajo en la embarcación. Llevamos el pasaporte y....., gracias.
El patrón de la lancha nos hizo un gesto de saludo militar indicándonos el curso del río y, posteriormente, las dos muñecas superpuestas una encima de la otra ( la lanzadera del estado escudriñando todos los rincones para descubrir lanchas ilegales y posible pena de cárcel).
Con un contacto telefónico constante tienen localizada la lanzadera estatal constantemente y, en base a ello, organizan sus recorridos.
¡Hola Yangshuo!.
Parece un pueblo más turístico de que venimos buscando. Directos al Youth Hostel. La relación calidad-precio de esta cadena está bastante bien proporcionada.
Paseo un rato y llegamos a una plaza donde decenas de puestos humeantes muestran al viandante los productos que ofertan. Pescados vivos en sucias cubetas esperan agonizantes su final, decidido de antemano. Ranas, gallinas, ratas secas estiradas que parecen murciélagos, patos muertos pelados.... .
Al final, nos sentamos en uno cualquiera de ellos. Pedimos pato, pescado, arroz en alguna de sus variedades y una mezcla de vegetales salteados. Los wok funcionan a una velocidad de vértigo.
Ha sido un día muy largo. Los días dan para mucho. Lo malo es que, a veces, las noches también. Jaume y Adrián roncaron a placer ese día.
1 de Setiembre.
Marcamos una ruta, alquilamos unas bicicletas y...., dirección a Fuli, un pueblecito bastante más pequeño que Yangshuo (de hecho, creo que pertenece a él) y, esperamos, bastante menos turístico. En fin, en Fuli había un mercado agrícola ese día, lo vimos de pasada en las bicis y dimos una vuelta por el interior del pueblo, comimos algo y disfrutamos del paisaje: verde que te quiero verde, hombres y mujeres trasegando en sus espaldas pesadas cargas (desde comestibles a azulejos) con una barra de bambú con el peso repartido en dos canastas.
Volvimos a Yangshuo y devolvimos las bicis. Empezamos a estar un poco hartos de Yangshuo.
2 de Setiembre.
Cuando me levanto, tengo los dos oídos taponados. Mi querido padre al que también se le taponan habitualmente, trasladó a su hijo tan preciado legado. ¡Joder, papá!. Día sin contratiempos.
Al siguiente día, dialogamos largo y tendido sobre cómo organizar el resto del viaje. Había múltiples opciones: la isla de Heinan, la provincia de Ghizou.... . Al final, entre todas, surge una nueva:
Pign´an.
Llegamos a Pign´an el 3 de Setiembre. Es una aldea donde vive una minoría étnica que resulta ser la mayoritaria en China: los hen.
Vestimentas de vistosos colores, mujeres afables que, a nuestra llegada, se apilan en torno a nosotros para intentar cargar nuestras mochilas y a nosotros mismos en unas sillas que llevan entre dos de ellas con un par de palos en medio de sus hombros. El poblado se encuentra en plena montaña, como pidiendo permiso a la abundante vegetación para levantar sus preciosas edificaciones de madera. Ambas se piden permiso para crecer. Ambas se respetan.
Interminables escaleras de piedra serpentean por la montaña para acercar a sus habitantes hasta las casas y miradores que observan kilómetros de bancales de arroz y otros cultivos alrededor del poblado, casi desde el cielo. Es como si el tiempo se hubiera detenido, como si los relojes no fueran necesarios, como si los calendarios sobraran. Una inmensa paz lo envuelve todo. Hasta las gotas de agua que caen de los tejados, parecen hacerlo a cámara lenta. Las voces parecen mitigadas. La niebla va y viene sin hacer el más mínimo ruído. Alguna mosca que curiosea en mi habitación, rompe momentáneamente esta calma.
Allí, conocemos a Liao. Habla muy bien inglés ya que había estado estudiando en el extranjero para perfeccionarlo. Nos comenta que en el poblado viven tres familias que se reparten el trabajo. Una familia lleva el hospedaje, otra el tema de la restauración, comidas, etc.., y la tercera es la encargada del transporte de las gentes y sus equipajes.
Cuando llegamos, intentaron en vano subirnos los equipajes y a nosotros sentados. Nos negamos porque nos pareció humillante para ellas y subimos andando cargando con nuestros equipajes las aproximadamente quinientas escaleras hasta el pueblo. Resulta que lo que conseguimos fue dejar sin el sustento a una de las familias. Hay muchas veces que no sabes cómo acertar. En fin.... .
Dos días más tarde, decidimos nuestro próximo destino: Sangyang.
5 de Setiembre. Sangyang.
Un día fue suficiente en esta población. El tiempo suficiente para formar una expedición a la estación de tren a unos seis kilómetros del pueblo para conocer horarios y fechas hacia Heinan.
Un empleado de la estación, con la ayuda del diccionario y grandes dosis de paciencia por su parte nos facilitó horarios impresos en una hoja, precios y días disponibles.
Próximo destino: la isla de Heinan.
Primero tenemos que tomar un tren que, tras diez u once horas, nos dejará al final de su recorrido en Zhangjiang. Desde alli, tres horas en autobús para coger el ferry que nos llevará a la isla. El ferry, casi unas dos horas.
Subimos al tren y alucinamos. La verdad es que yo, antes de venir a China, me leí un libro (China para hipocondríacos), donde el escritor o escritora, no recuerdo, narraba su experiencia de dos o tres meses por China y, entre otras cosas, contaba un viaje largo en tren que hizo y sus peripecias. La descripción era bastante acertada.
Atravesar los pasillos del tren era harto complicado. La gente se apilaba tumbada en posiciones imposibles, otros dormían de seis en seis cabeza con cabeza en mesas de apenas medio metro cuadrado. Entre vagón y vagón, gente tumbada en el suelo, encima del lavabo, debajo de él. Algún vagón de éstos, tenía viejos ventiladores. Otros, ni eso. Nadie se quejaba. Sólo estaban.
En esos trenes, sólo venden billetes de asiento normal y, una vez en él, se puede negociar un suplemento para dormir en litera o cama. Lo hacemos ante la imposibilidad de encontrar un pequeño hueco para aposentarnos.
Nos llevan varios vagones más adelante, nos señalan cinco literas, separadas todas ellas en cinco compartimentos distintos en los que hay tres alturas. No equidistantes, no. Entre la de abajo y la de enmedio, un espacio aceptable. Entre la de enmedio y la de arriba, un espacio digno. Y, entre la de arriba y el techo...., lo que queda. Vale, chicos, hasta mañana.
Y ya estamos en el ferry. Creo que es 7 de Setiembre.
El ferry se cae a trozos. Todo el hierro que lo sustenta está tan podrido y oxidado que, apoyarse en la barandilla, resulta temeroso. Levamos ancla y partimos rumbo a Haikou, al norte de la isla.
Alquilamos un coche para recorrer la isla a nuestro libre albedrío. Cogemos la autopista del este por la costa (Eastern Expressway) y tras unos ciento cincuenta kilómetros, nos detenemos en un pueblo costero para tomar contacto con el Pacífico.
En una película que vi hace tiempo, "Cadena Perpetua", los dos protagonistas principales (Morgan Freeman y Tim Robinsson) dialogan sobre qué harían si fueran libres y pudieran salir algún día de la cárcel. Tim Robinsson, en una magnífica interpretación, le comenta a Morgan Freeman que él se iría a un pueblo del oeste de México llamado Ciguatanejo. Ante la pregunta de por qué, contesta que está en la costa bañada por el Pacífico y que dicho océano le encanta porque dicen que no tiene memoria. El no necesita que nadie ni nada le recuerden su pasado. Yo, no por la misma razón, pero también tenía ganas de conocer el Pacífico.
Al atardecer y, ante la amenaza de lluvia, terminamos en Sanya. sabemos que allí hay un Jouth Hostel y lo buscamos.
Los puestos callejeros que llevamos viendo a lo largo de todo el viaje, cuidan aquí bastante más la higiene y la presentación. Se nota que es una zona casi exclusivamente turística y, quieren que siga siéndolo.
11 de Setiembre. De nuevo, rumbo a Haikou.
Tras una media hora de viaje, empiezan las complicaciones. Atardece y sólo tenemos un foco operativo en las luces del vehículo. Además, se pone a llover y la carretera es muy sinuosa llena de constantes curvas. Tres horas y media más tarde, hemos llegado más o menos a la mitad del camino y hemos recorrido apenas ciento sesenta kilómetros.
Se despierta el resto del grupo y entramos a tomar una cerveza a algo más parecido a una casa familiar que a un local de restauración. Pasamos dentro y pedimos unas cervezas. Casi antes de que nos demos cuenta, están troceando un pollo, cocinando arroz y calentando agua con aceite y alguna especia para cocinar el pollo en el centro de nuestra mesa. Traen verduras para echar el caldo, salsas varias, ajo picado.... .
Lo curioso de esta cena es que además de darnos de comer, intentan educarnos en lo que ellos consideran buenos modales en la mesa.
Nos muestran que echar la sal con la mano no es apropiado. Que la cerveza no se debe beber a morro como hacemos nosotros, sino servirse en pequeños vasos. Que, cuando se brinda (que se hace a menudo), se bebe todo el contenido de una sola vez. Que un comensal sirve a los demás antes que a él mismo. Que determinadas salsas son para determinadas comidas y no se utilizan aleatoriamente. En fin, que la cena resulta muy educativa en una casa muy humilde.
12 de Setiembre. Ultimo día en la isla. Esa noche cogemos un avión de vuelta a Beiying.
Al día siguiente y, ya en Beiying, recuperamos asuntos pendientes que dejamos a la ida. Entre otros, la Ciudad Prohibida. Todo un descubrimiento.
El día siguiente lo agotamos en el mercado de la seda. Compras y más compras en un centro comercial inmenso. Se podía ver todo el proceso de la seda, desde la crisálida hasta la confección final. Muy instructivo, la verdad.
Siguiente día. Taxi al aeropuerto y en ocho horas aproximadamente, de Beiying a Moscú. De allí a Madrid. En el aeropuerto de Moscú, antes de coger el vuelo, se empieza a oir hablar más alto en las colas de embarque. Se nota que estamos de vuelta.
Otro vuelo de unas seis horas y llegada a Barajas.

Esperamos poder repetir una experiencia así en breve..............