martes, 12 de noviembre de 2013

La niña de la niebla


Laura vivía en una aldea apartada del mundanal ruido. Su padre era pastor y ella se había críado entre cabras, un caballo, varias gallinas y, alrededor, una cantidad de verdor díficil de cuantificar.
Por las mañanas, se levantaba temprano un día si y otro no, para ordeñar las cabras. Luego preparaba una taza de café caliente para ella y su padre acompañada de una rebanada de pan tostado al fuego con queso, aceite y aguacate. Más tarde se aseaba un poco y tras media hora de bajada por el monte, llegaba al pueblo donde estudiaba segundo de E.S.O. Comía en el comedor del colegio y por la tarde regresaba a su casa donde le esperaban las cabras, el caballo, las gallinas y todos los árboles del mundo juntos, además de su padre, claro.
Ella y el padre se alternaban para hacer las tareas domésticas, ordeñar las cabras, etc... .
Las duchas eran casi siempre con agua fría, salvo algún sábado o domingo que, con más tiempo, calentaban unos barreños de agua en el fuego. Ese, era un día especial. El vaho que desprendía el agua caliente no tenía nada que ver con el que se formaba por efecto del frío, no.
Después de la ducha caliente, se vestían con sus mejores ropas, se sentaban en unas piedras que hacían las veces de banco y observaban. Observaban la quietud de la naturaleza, su silencio, su porte agreste, natural.
De vez en cuando, divisiban una cabra suya bastante alejada en busca de los brotes más verdes allá en las alturas. Un silbido característico solía ser suficiente para que volviera al redil.

Laura guardaba absoluto silencio acerca de lo que le venía pasando desde hacia dos semanas cuando volvía del colegio. Quince días atrás, subía a su casa por el monte con su mochila cargada de libros y, de repente, una figura de mujer emergía de entre las nubes bajas para mostrarse a ella. Era una cara nítida, como transparente, de una mujer de unos treinta y tantos años que la miraba a ella. No decía nada. Ni siquiera hacía intención de decir nada. Solo la observaba. Permanecía allí unos minutos y desparecía tal cual había aparecido. No transmitía miedo, ni desasosiego, ni nada por el estilo. Solo paz. Su mirada era paz.

El padre de Laura bajaba al pueblo una vez por semana para vender la leche que ordeñaba de las cabras, los huevos que le sobraban de las gallinas y los quesos que elaboraba con tan rica leche. Solía ser los jueves. Y, ese día, Carmelo, que así se llamaba, después de hacer sus transacciones, expandir sus redes sociales por el pueblo y tomar unos chatos de vino, pasaba a recoger a Laura para subir juntos a casa.

Un mes más tarde, uno de esos jueves, Laura y su padre volvían del pueblo tranquilamente cuando esa imagen nubosa se les apareció. No hubo nada nuevo respecto a las veces anteriores, salvo que esta vez Laura no estaba sola.
Carmelo se quedó atónito. No pronunció palabra alguna hasta llegar a la casa.
Laura no quería ni preguntar. Percibió en su padre una reacción que le asustó. Su padre conocía esa imagen, esa cara, esa persona o lo que fuese.

Ese sábado, después de la ducha caliente, preguntó a su padre por lo sucedido dos días antes.
Carmelo se tomó su tiempo. Respiró hondo, miró fijamente a los ojos de Laura y le dijo:
- hacía muchos años, demasiados años que no volvía a ver esa imagen. A mi se me estuvo apareciendo durante largo tiempo aunque la verdad, ya casi no me acordaba de sus rasgos.
- Pero, quién es?. La conoces?
- Claro que la conocía. Se llamaba Andrea y era tu hermana, tu hermana mayor.
  Tu madre se marchó poco después de lo de Andrea. No pudo superarlo.
- Pero, qué le pasó?, qué fue de ella?
- Un día bajando al colegio, se cayó en una sima y no pudimos encontrarla hasta una semana después. Demasiado tarde. Estaba deshidratada, hizo mucho calor y el lugar era tan inaccesible que, tras encontrarla, tardaron un día y medio en conseguir rescatar el cuerpo inerte. Estaba toda magullada por la caída y la expresión de su cara era exactamente esa, la que hemos visto en la subida del otro día: nada de sufrimiento, nada de fatalidad, solo paz.

Laura no sabía qué decir. Los ojos de su padre amagaban con derramar alguna lágrima.
De pronto, añadió:
- Yo pensaba que se me aparecía para protegerme. O para culparme, yo que se. Lo único que se es que yo no me sentía mal cuando la veía, todo lo contrario.
En cambio, hoy...., ha sido como una despedida, como un adiós sentido en el que me quería decir que estuviera tranquilo, que lo que le ocurrió a ella no fue culpa mia, no fue culpa de nadie. En realidad me quería decir que ella estaba ahí, después de los años, envejeciendo como nosotros, solamente para cuidar de ti, para acompañarte en tu viaje diario al colegio.
Ciertamente, te está protegiendo y tu debías saberlo. Por eso se te aparece a menudo.
Hay muchas veces que no entendemos las cosas o no queremos entenderlas porque, simplemente, no estamos preparados.
- Entonces.....
-Entonces, nada. Ella sigue aquí con nosotros y tu acabas de conocer a tu hermana protectora. Disfrútala.

Laura se levantó, cogió unas piedras medianas del suelo y comenzó a lanzarlas al aire diciendo:
. Cógelas, Andrea. Algunas llevan caritas, otras sonrisas y las demás un trozo de niebla. Júntalas y construye una montaña tan alta que nadie pueda llegar a su cima. Haz allí tu casa y espérame con una taza de café caliente y una rebanada de pan tostado con aceite, aguacate y queso.........